Por
Juan Carlos Giuliani*
*Secretario
de Relaciones Institucionales de la CTA Juan Carlos Giuliani
El
pueblo soporta la dictadura de las botas y los monopolios. La nueva interrupción
del orden institucional clausura los canales de participación a los
trabajadores y a una juventud hambrienta por expresarse políticamente.
El
gobierno se asienta en las ballonetas. Es tiempo de piedra y barricada, de cańo
y fusil. Explota la furia que viene de la larga resistencia peronista. La
Revolución Cubana es la luz que persiste. Camilo Torres en Colombia y la
heroica muerte del Che en Bolivia dejan una estela de compromiso en el
firmamento de Latinoamérica.
En
ese entonces a los que no militaban se los miraba como sapo de otro pozo.
En
los ’60 y los ’70 se naturalizó la violencia como una metología apropiada para
restituir la soberanía en manos del pueblo. El encuadramiento en la militancia
revolucionaria fue un fenómeno masivo. Se compartía un proyecto colectivo de
Nación que terminó ahogado en sangre y fuego por el terrorismo de Estado.
Los
genocidas borraron cualquier perspectiva de redención social. Hubo que masacrar
a 30 mil militantes para aniquilar el Estado de bienestar e implantar el modelo
neoliberal.
El
terror se metió en lo más profundo de la sociedad. Se abandonaron los proyectos
comunes. Se sobrevivió en el individualismo del sálvese quien pueda.
El
nuevo rostro del capitalismo provocó una hemorragia de desplazados del sistema
de producción y consumo. Masas de desheredados que perdieron el trabajo, la
educación, la salud, la familia, la esperanza.
A
la violencia libertaria, sofocada por la tiranía oligárquico-militar, le
sucedió la violencia de la sobrevivencia.
El
desprecio por la vida del otro se generalizó en el desmadre. La degradación
provocada por la brutal desigualdad social es el caldo de cultivo de la
violencia urbana, amplificada hasta el infinito por los medios de comunicación
del régimen que se regodean exhibiendo la fragmentación, la insolidaridad, el
naufragio colectivo.
El
crimen organizado es posible gracias al maridaje de las mafias con la
corrupción política y policial. La plata sucia envenenó la superestructura de
una democracia tutelada por el Imperio.
Imperio
que cobijó en su seno al máximo criminal de la historia contemporánea: Bush ha
sembrado el horror y la muerte por doquier y puesto en peligro la subsistencia
misma de la especie humana. Obama, con otro estilo, no le va en zaga a la hora
de defender los intereses permanentes de la metrópoli. Vale la pena subrayar
que en el actual contexto de crisis del capitalismo, la influencia global de
Estados Unidos está en declive en materia política, económica y cultural. No
obstante, sigue siendo la primera potencia militar del mundo.
La
violencia doméstica anida en una sociedad enferma, infectada por la ideología
dominante. La desaparición de Jorge Julio López y los asesinatos de Carlos
Fuentealba, Mariano Ferreyra y tantos otros militantes populares confirma, por
si hacía falta, la existencia de nichos intocables de la estructura represiva
de la dictadura en las fuerzas de seguridad, grupos envalentonados por la
cobertura institucional que le prestan instrumentos tales como la Ley
Antiterrorista y el Proyecto X.
La
justicia social es el único camino para que no haya más pibes chorros ni
ladrones de guantes blancos. Para que deje de haber una justicia para ricos y
otra para pobres. Para que se construyan más viviendas, escuelas y hospitales y
menos cárceles. Para desterrar la impunidad y el desamparo.
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