Por Juan Carlos Giuliani.
La democracia de baja intensidad y de características neocoloniales es el producto que las clases dominantes pactaron como salida a la tiranía oligárquico militar. Es decir: La partidocracia demoliberal aceptó, casi sin excepciones, la imposición del poder real para mantener las formas, garantizar la “gobernabilidad del sistema” manteniendo intacta la “institucionalidad” del régimen. Esto es, protagonizar un proceso de estabilidad institucional signado por la “alternancia en el poder”, sin modificar un ápice la injusta matriz productiva y de redistribución de la riqueza.
El sistema político dependiente en nuestro país no sólo está contaminando y destruyendo nuestro ambiente, sino que también permite que grupos multinacionales se apropien escandalosamente de las ganancias millonarias que produce nuestro subsuelo, amparados en una legislación neoliberal que nos roba nuestros recursos. Tenemos que recuperar nuestra soberanía sobre esos bienes, salvar nuestro hábitat, reimplantar la justicia social y sostener un modelo de desarrollo sustentable para nuestro pueblo. Ni hablar de esa monumental estafa al pueblo argentino que es la Deuda Externa.
No se trata de un día cualquiera. Es un hito histórico fundamental en el largo derrotero de la lucha inconclusa entre ser Patria o Colonia. El 20 de noviembre de 1845, en la batalla de la Vuelta de Obligado, algo más de un millar de argentinos enfrentó a la armada anglo-francesa, la más poderosa del mundo, en una epopeya que permitirá apuntalar una perspectiva de Nación soberana.
Corrían años turbulentos, gobernaba Juan Manuel de Rosas y José de San Martín lo apoyaba desde su exilio europeo. A tal punto el Libertador consideró digna y patriótica la respuesta dada por Rosas al Imperio que, a su muerte, le dejaría como legado su sable corvo, con el que emancipó nuestro país, Chile y Perú. Un episodio que la oligarquía y la superestructura cultural del sistema en general no han podido rebatir y, por el contrario, han ocultado cuantas veces han podido.
No encuadra en su formato de historia domesticada y neocolonial que el “Padre de la Patria” haya elegido al “tirano” denostado por las clases pudientes para ofrendarle su sable, el arma que simboliza la voluntad colectiva de un pueblo para protagonizar la primera Independencia.
La novedad, en este 172 aniversario de La Vuelta de Obligado, es que por vez primera un dilecto hijo de los grupos de poder hegemónicos gobierna el país por decisión de una buena parte de la sociedad. Los sectores dominantes siempre tuvieron que apelar al “Partido Militar” para imponer a sangre y fuego su proyecto colonial. Esta vez lo están llevando a cabo sin anestesia y con el respaldo de los votos. Por eso, la soberanía está más en jaque que nunca, acechada desde las usinas de los Ceos que comandan el proceso de restauración oligárquica.
Para nosotros, los trabajadores, la soberanía tiene una dimensión integral: Soberanía nacional, soberanía alimentaria, soberanía energética, soberanía comunicacional, soberanía sobre nuestros bienes naturales. Soberanía popular para decidir nuestro propio destino sin aceptar tutela alguna que condicione nuestra autodeterminación. Para no delegar más y promover las instancias que hagan falta para que el pueblo delibere y gobierne. Para reconstruir un Estado soberano al servicio del bien común que respete y defienda los derechos humanos y sociales.
La lucha consiste en conseguir que ese ideal de soberanía se transforme en el cimiento de la segunda y definitiva Independencia a partir de una fuerza social y política organizada, capaz de darle carnadura a un nuevo Proyecto de Emancipación Nacional y Latinoamericana. Es un sueño, una alternativa, una posibilidad que está empezando a amanecer. Y esta sensación de que lo nuevo estaba entre nosotros persiste.
Reside en estos arrabales del mundo el convencimiento de que es hora de sustituir la certeza de los paradigmas que se cayeron por la esperanza de lo nuevo a construir. Y esa es una decisión soberana y colectiva.
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