miércoles, 1 de febrero de 2017

Los hilos de la memoria

El 23 de agosto de 1962 era secuestrado el obrero metalúrgico y militante juvenil de la Resistencia Peronista Felipe Vallese. Tenía 22 años, trabajaba y era delegado desde 1958 en la fábrica TEA. Un grupo policial de la Unidad Regional de San Martín comandado por el Oficial Principal Juan Fiorillo lo raptó en la Capital Federal. Comenzaba a gestarse el huevo de la serpiente que se desarrollaría hasta el paroxismo durante la última tiranía oligárquico-militar.

Junto a Vallese, fueron secuestrados: su hermano mayor Ítalo Francisco Sánchez, Osvaldo Abdala, Elba de la Peña, Rosa Salas, Mercedes Cerviño de Adaro, Felipe Vallese (h) de 3 años de edad y dos niñas de 8 y 10 años, hijas de una de las detenidas. Todos fueron sometidos a torturas. Felipe Vallese nunca apareció, ni vivo ni muerto.
Un impensado elogio a lo mejor de Vallese surge del mismo comunicado de la policía: “Los detenidos tenían abundante propaganda peronista-comunista, panfletos cuyos títulos decían ‘Contra los préstamos del F.M.I. que atentan contra la soberanía del país’ y ‘No queremos préstamos que engorden a los enemigos del pueblo’. Firmados: Juventud Peronista”.
La lucidez de “Paco” Urondo rescató del olvido las dramáticas aristas que rodean la historia de un militante integral. Por eso su novela, “Los pasos previos”, incluye el Caso Vallese. Urondo es autor, a su vez, de “La Patria Fusilada”, un relato de otro experimento represivo previo al terror en gran escala instaurado por Videla, Massera, Agosti y Martínez de Hoz: La Masacre de Trelew.
Felipe Vallese es el primer detenido-desaparecido de la historia contemporánea argentina. Fue secuestrado el 23 de agosto de 1962 y visto brutalmente torturado en una comisaría de Villa Adelina.
Joven, trabajador, integrante de la heroica Resistencia Peronista que peleaba en todos los frentes por recuperar las conquistas saqueadas por la “Revolución Fusiladora” mientras la clase política justicialista pactaba con el régimen, era un mal ejemplo que las clases dominantes debían eliminar.
Casi una década después, el 22 de agosto de 1972, fueron fusilados en la Base Almirante Zar de Trelew 16 presos políticos. La versión oficial de la dictadura de Lanusse fue “nuevo intento de fuga”, pero los tres sobrevivientes, tiempo después, contaron la verdad de los hechos: Indefensos, los detenidos habían sido masacrados.
Los asesinados fueron: Carlos Heriberto Astudillo; Carlos Alberto Del Rey; José Ricardo Mena; Humberto Segundo Suárez; Rubén Pedro Bonet; Alfredo Elías Kohon; Miguel Angel Polti; Humberto Toschi; Eduardo Capello; Clarisa Rosa Laplace; Mariano Pujadas; Jorge Ulla; Mario Delfino, Susana Graciela Lesgart; María Angélica Sabelli y Ana María Villareal de Santucho. Sobrevivieron Ricardo Haidar; Alberto Camps y María Antonia Berger, quienes fueron víctimas de la última dictadura militar.
El 15 de octubre de 2012 el Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia resolvió condenar a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de 16 homicidios y tres tentativas y declarar a los crímenes cometidos de “lesa humanidad”.
El puñado de jóvenes militantes que se habían entregado en el Aeropuerto de Trelew al no poder fugarse junto a los líderes de las organizaciones revolucionarias detenidos en la cárcel de Rawson, constituían una amenaza para la dictadura que se asentaba en la fuerza de las bayonetas y su servilismo a las minorías del privilegio.
Treinta y cuatro años después de la Masacre de Trelew, el 18 de septiembre de 2006, el albañil Jorge Julio López se transformaba en el primer desaparecido en democracia. López ya había sido detenido ilegalmente y llevado a distintos centros clandestinos de tortura durante el terrorismo de Estado. Había sido secuestrado el 21 de octubre de 1976 y retenido hasta el 25 de junio de 1979. Mientras López se encontraba desaparecido, Miguel Etchecolatz era Director de Investigaciones de la Provincia de Buenos Aires, encargado de uno de los centros de detención clandestinos y mano derecha del ex General Ramón Camps.
Para los verdugos no alcanzó el escarmiento de este trabajador de la construcción. Tras sus declaraciones, que condenaron al genocida Miguel Etchecolatz a prisión perpetua, López desapareció poco después de brindar testimonio. Hasta el día de hoy no existen noticias sobre su paradero. Fue el primer desaparecido, tras el retorno de la democracia en 1983 en la Argentina.
A los 77 años y contra la voluntad de su familia, López decidió convertirse en testigo y querellante en la causa que se le seguía a Etchecolatz por su responsabilidad en los secuestros, las torturas y desaparición de personas en al menos 29 centros clandestinos que integraban el denominado “Circuito Camps”. Su testimonio fue fundamental y contundente, pero nunca pudo ver la sentencia. El 18 de septiembre de 2006, el día que condenaron al represor Etchecolatz a reclusión perpetua, a López se lo llevaron. Y no volvió nunca más.
Los desconocidos de siempre no le perdonaron su condición de laburante, ex detenido-desaparecido, portador del coraje y la dignidad suficientes para brindar un testimonio vital para condenar a quienes lo martirizaron.
Cinco años más tarde, el 5 de noviembre de 2011, en Choele Choel, Río Negro, desaparecía el trabajador golondrina de la fruta Daniel Solano. Por su asesinato fueron detenidos siete policías que, en una obscena demostración de impunidad, fueron puestos en libertad por el juez de la causa.
Solano fue trasladado desde Tartagal por la firma Agro Cosecha para trabajar en campos de la multinacional Expofrut. Su causa se agrupó con las de otros dos trabajadores desaparecidos en circunstancias similares en Río Negro: Héctor Villagrán, de Jujuy, y Pedro Cabaña Cuba, de Paraguay.
Luego de transcurridos más de cinco años desde que Daniel Francisco Solano desapareció, la única respuesta es la impunidad. El juez Julio Martínez Vivot decidió poner en libertad a los acusados por la desaparición seguida de muerte del obrero salteño: los uniformados Sandro Berthe, Juan Barrera, Pablo Bender, Diego Cuello, Andrés Albarrán, Diego Quidel y Héctor Martínez.
Joven, trabajador, aborigen, pobre, Solano era un blanco perfecto para los sicarios vestidos de uniforme al servicio de los que mandan.
Los hilos de la memoria se tejen en el ovillo de una trama signada por la tragedia que tiñe la lucha emancipatoria aún inconclusa en nuestra Patria.
La rebeldía de los justos, más tarde o más temprano, ha de llegar. Los trabajadores protagonizando el conflicto social en defensa de sus derechos y conquistas, constituyen una prueba irrefutable de la infatigable voluntad libertaria de nuestro pueblo.

Lunes 30 de enero de 2017, por Juan Carlos Giuliani*
 Secretario de Relaciones Institucionales de la CTA

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